En el convento Tajúa se ha conocido la historia licenciosa de Saturnino.
Cuentan que en este lugar, dicho novicio, en las noches de los viernes,
tras los oficios, se entrega a rituales y extraños vicios.
Fray Saturnino, Fray Saturnino.
En un convento del lugar, no muy distante,
Saturnino Fernández tiene una amante.
Pero ha inventado el muy truhán, un artificio
para irse a buscar otro orificio.
A los frailes del convento ha convencido
a saltarse el reglamento de los novicios:
“Más que irnos a dormir, tras los maitines,
podemos ir a pillar un nuevo ligue.”
Yo conozco a unas mocitas en la abadía
a las que gusta la marchita y la alegría.
Cuentan que sus bodegas siempre están llenas
de un vinillo que calienta las entrepiernas.
Los Tajúas salen dispuestos cual animales
a entregarse a los placeres más terrenales.
A la puerta de la bodega, todos se paran.
¿Dónde está la llave, quién la llevaba?
Saturnino rebusca en su sotana:
“Se me cayó al saltar por la ventana.”
Aguardarme un momento, que pronto vuelvo.
Pero al volver por la llave, Satur recuerda,
que en el otro convento alguien le espera.
Y los Tajúas esperan toda la noche.
¿Dónde estará Saturnino quién sabe dónde?
¡Qué truhán, qué truhán, qué truhán,
que plantas a los Tajúas y te marchas con Pilar!
Fray Saturnino, Fray Saturnino.
jueves, 24 de enero de 2008
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